domingo, diciembre 31, 2017

"Star Wars: Episodio VIII - Los últimos jedi", de Rian Johnson

El mayor espectáculo cinematográfico del mundo. Las aventuras y desventuras de la familia Skywalker me siguen deslumbrando como la primera vez que tuve ocasión de contemplarlas en una pantalla de cine, lo cual fue hace mucho, mucho tiempo y en una galaxia que ahora parece realmente lejana. Existe una conexión irresistible entre la música de John Williams y mi espina dorsal: apenas dos notas y mi espalda se ve sacudida por escalofríos reconfortantes, anuncios de un esperado retorno a las mejores sensaciones que nunca me haya ofrecido el cine: vuelve la aventura, la épica, la majestuosidad: abróchense los cinturones. Leía hace poco "Eastwood: desde que mi nombre me defiende", estupendo libro de Francisco Reyero en el que se hace un repaso a la trayectoria hispana del actor californiano, a las órdenes del director Sergio Leone, para encarnar al ya mítico hombre sin nombre de la Trilogía del Dólar. En el libro se destaca al compositor Ennio Morricone como pionero en cuanto a dar protagonismo a las bandas sonoras de las películas, en convertirlas en un actor más, y no cabe duda de que John Williams ha logrado ese objetivo con creces en la saga de la Guerra de las Galaxias.
El camino iniciado por J. J. Abrams con "Star Wars: Episodio VII - El despertar de la Fuerza" era alentador. Para este siguiente capítulo se ha elegido a Rian Johnson como director, una decisión acertada. Rian Johnson había escrito y dirigido títulos destacados como "Brick", película que transportaba con éxito los códigos del cine negro a un entorno adolescente, o "Looper", donde Johnson volvía al género negro pero para mezclarlo sabiamente con la ciencia ficción de las paradojas espacio-temporales y la telequinesis. ¿Y no es la telequinesis la manifestación canónica de la Fuerza? Rian Johnson era el nombre.
Dos horas y media de metraje dan para mucho. Dan para que la trama parezca a punto de sepultarse debajo de tanto peluche extraterrestre infantiloide, un vicio de marketing, un peaje de grandes almacenes que la saga ha padecido desde que inventara una nueva línea de negocio cinematográfico basado en las ventas de cualquier producto imaginable que se adornara con personajes de Star Wars: hasta el papel higiénico. Pero no resulta complicado separar esas secuencias del total, cortar en el cerebro ese celuloide desechable y preparar un montaje propio que no rebase las dos horas. Será por tanto la cinta una montaña rusa, altos y bajos. Y los altos lo son mucho. La película puede presumir de alcanzar media docena de clímax argumentales muy potentes a lo largo de la proyección, subidones emocionales que no están al alcance de cualquiera, pero sí de esta singular ópera espacial, drama megalómano que, curiosamente, combate en cada nueva entrega el maniqueísmo que la fundamenta, y en la que aún no se ha entonado el canto final.

jueves, diciembre 28, 2017

"Jumanji: bienvenidos a la jungla", de Jake Kasdan

No ha sido fácil, pero hemos superado la prueba. Múltiples peligros nos salieron al paso, nuestras vidas se colocaron en el filo de la navaja en más de una ocasión y la misión estuvo a punto de fracasar. Pero lo logramos: hemos logrado sobrevivir a una película protagonizada por la musculatura de Dwayne 'La Roca' Johnson y los ojitos de Jack Black, a dos horas de estereotipos planos, a un guión inexistente, a la absoluta falta de emoción. Se queda en comedia para adolescentes, si acaso, pero para soltar una docena de chistes de parvulario no creo que sea necesario desperdiciar cien millones de dólares en atiborrar la pantalla de efectos especiales que ya no engañan a nadie: el abuso del efecto digital apaga las posibilidades de inmersión del espectador en la acción desarrollada.
Para destrozar del todo la percepción crítica de la película, al volver a casa descubrimos que un canal de televisión va a emitir "Jumanji" de Joe Johnston (aquí se puede leer un estupendo texto sobre ella), la original de 1995, protagonizada entre otros por excelentes actores como el difunto Robin Williams o la entonces jovencísima Kirsten Dunst. Para ser sinceros "Jumanji" no me hizo excesiva gracia en la época de su estreno, pero después de verla ayer y, sobre todo, después de verla tras padecer su secuela, alcanza la misma consideración de clásicos incontestables como "Casablanca" o "Vértigo". Aquel "Jumanji" ya jugaba al poco convincente trampantojo digital, tiempos todavía pioneros en la informática aplicada al cine, pero entonces la mirada aún era inocente y los fotogramas CGI eran dignos de admiración para los que sabíamos lo complicado que era conseguir sombreados, texturas o modelados mínimamente convincentes. "Jumanji" cuando menos era capaz de emplear los resortes habituales del cine de aventuras y colocar al espectador en situación, algo que puede parecer muy simple pero que, por lo visto, para ciertos directores es un arcano indescifrable (descubro que Jake Kasdan es hijo de Lawrence, nada menos... y nada más).
Tardes de juegos de mesa: Risk, Stratego, Monopoly, Imperio Cobra, Trivial, Pictionary... Todas las casas disponían de una estantería con cajas rectangulares apiladas, un surtido más o menos amplio de opciones de sortear el menor atisbo de aburrimiento jugando en grupo, siempre para dos o más jugadores, horas convertidas en minutos entre risas y piques, la fortuna del ganador y la desolación del perdedor, gritos de victoria y blasfemias de maldición: el mundo en una mesa camilla. Para "Jumanji: bienvenidos a la jungla" los productores han renunciado al tablero y han pasado directamente a la videoconsola. Han hecho bien: muchos chavales de ahora verían un par de dados y serían incapaces de identificar artilugios tan enigmáticos.

lunes, diciembre 25, 2017

"Crudo", de Julia Ducournau

Los desmayos producidos por la impresión recibida al contemplar ciertas secuencias cinematográficas son, según se cuenta, un efecto especial secundario tan antiguo como el propio cine: crónicas decimonónicas atestiguan que "La llegada de un tren a la estación de La Ciotat" de los hermanos Lumiere, proyección primigenia, produjo los primeros soponcios cinéfilos que se recuerdan. A lo largo de la historia del cinematógrafo muchos otros títulos han producido síncopes en la platea. Si nos situamos en cintas recientes yo mismo presencié el abandono de varios espectadores cuando Charlotte Gainsbourg se automutiló genitalmente en "Anticristo" de Lars Von Trier. Y no hay que ser un hiperpolémico director danés para producir ataques de nervios: la profunda lírica del francés Georges Franju abatió espectadores sin piedad en 1959 al reproducir con precisión un trasplante de cara en "Los ojos sin rostro". El propio Franju ya había hecho correr ríos de sangre, literalmente, en su documental "La sangre de las bestias", retrato fiel de los cruentos mataderos parisinos de mediados del siglo XX. El cine de prestigio ostenta, por tanto, múltiples ejemplos de ataques frontales al riego cerebral, extractos gore que parecerían más comunes a la serie B que al cine festivalero.
Dos hermanas estudiantes de veterinaria: la veterinaria vegetariana: parece una consecuencia normal negarse a consumir la carne de los animales a los que dedicarás tu vida a curar. Pero tanto verde cansa y no hay placer que sepa mejor que el placer prohibido: el pecado convertido en adicción, en una forma de vampirismo desquiciado, situación que nos ofrece un encaje para "Crudo": una de terror. Pero la película será capaz de aportar otros factores además de emociones fuertes. Su estética enfermiza, pálida y desvelada, se nutre de ambientes opresivos, angustiosos, con el foco colocado con acierto en los aberrantes ritos de iniciación del primer año universitario: novatadas, alcohol y sexo descontrolado, generando un panorama nihilista, otro más, para la juventud actual y sus inquietudes vacuas, un ejercicio desolador que en la película conduce a la devastadora conclusión de que los hijos heredan una sociedad viciada por los errores de la generación anterior: la culpa, sin lugar a dudas, señala a los padres.

domingo, diciembre 10, 2017

"T2: Trainspotting", de Danny Boyle

La impronta que los fotogramas de "Trainspotting" habían instalado en mi subconsciente cinéfilo en su estreno en 1996, tuve ocasión de revisarla en otra entrada de este blog. Contemplar ahora esta secuela no logra reanimar ninguna llama escondida sino que, como en tantas otras segundas partes que no teníamos el menor interés en conocer, redundará en un pasatiempo hueco, en dos horas consumidas de sopor nocturno. Hueco, adjetivo certero para un producto destinado a engañar el hambre de recuerdos de cuarentones enamorados de antiguos tiempos salvajes que fueron retratados con extraña precisión vitalista, no exenta de crudeza, en aquel "Trainspotting". Danny Boyle quedará atado a que aquella, una de sus primeras películas, sea su obra cumbre, un hecho incuestionable a pesar de que recogiera más de un Oscar por la huequísima "Slumdog millionaire". Y no tendrá el menor rubor en apuntalar esta "T2", nombre de terminal aeroportuaria, sobre los cimientos de la solida "Trainspotting", incluyendo algunos cortes de su metraje: cuando las continuaciones se hacen tanto tiempo después los productores tienen miedo de que el público actual no haya visto la película primigenia, no coja el chiste, y salga de la sala sin haber entendido nada.
¿Existe la nostalgia yonqui? ¿Habrá ex-drogadictos que echen de menos los días del pico, de la adicción implacable, del trapicheo para pagarse una dosis más? Supongo que puede ser posible, no lo sé, no lo fui, pero el monólogo actualizado de Renton para sus cuarenta y seis años anima a pensar que dos décadas después el catálogo de necesidades básicas para sostener una existencia mediocre se ha vuelto más mediocre aún: "Choose life. Choose Facebook, Twitter, Instagram and hope that someone, somewhere cares. Choose looking up old flames, wishing you’d done it all differently. And choose watching history repeat itself. Choose your future. Choose reality TV, slut shaming, revenge porn. Choose a zero hour contract, a two hour journey to work. And choose the same for your kids, only worse, and smother the pain with an unknown dose of an unknown drug made in somebody’s kitchen. And then… take a deep breath. You’re an addict, so be addicted. Just be addicted to something else. Choose the ones you love. Choose your future. Choose life."
Chosse life, que ya lo decía George Michael en su camiseta blanca. Pero elija con cuidado sus adicciones.